La mejor oferta
Esta película dirigida por Giuseppe Tornatore con una
excelente música de Ennio Morricone y fascinante fotografía, desde el punto de
vista psicológico, es una ilustración del mundo de las emociones.
El protagonista, Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un experto
en arte y agente de subastas, muy apreciado y conocido en todo el mundo. Su
vida está totalmente estructurada y planificada en torno a su actividad
laboral. Vive en una lujosa mansión, la cual siempre está vacía, no recibe
visitas por temor a la interacción con otros. Como persona es un hombre
solitario y excéntrico, un tipo huraño, impertinente y soberbio que sólo se
conmueve ante obras de arte. La vida de Virgil transcurre al margen de
cualquier sentimiento afectivo. El trato con sus ayudantes y compañeros es frio
y distante y totalmente profesional. Únicamente muestra interés por las obras
de arte y experimenta felicidad con su contemplación. Sobre todo, con aquellas
obras que pertenecen a su colección privada de retratos de mujeres. Él nunca ha
amado a una mujer sino que ama su idealización en las obras de arte.
Pero la vida serena y tranquila de Virgil se ve envuelta
en un huracán de sentimientos y experiencias nuevas para él, cuando conoce a
una hermosa y misteriosa joven (Sylvia Hoeks) que le encarga tasar y vender las
obras de arte heredadas de sus padres. Esta joven, sufre de una extraña
enfermedad psicológica, que no quiero desvelar para preservar el interés de la
película, que la mantiene aislada del mundo. La relación transformará para siempre la vida de Virgil. La
intriga y esfuerzo realizado para conocer a la joven, se asemeja a la tarea de
conseguir una obra de arte en una subasta. Hasta que finalmente lo logra.
Toda la película es un viaje al mundo de las emociones.
En algún momento se dice: “las emociones
son como las obras de arte, se pueden falsificar”. Podemos mostrar aquello
que no sentimos igual que el pintor copia la idea de un gran maestro. Para el
profano, el efecto es el mismo. Una buena copia da lugar al mismo placer y gozo
que la original. Sólo un profesional, o con técnicas muy sofisticadas, se puede
distinguir la autentica de la copia. Igual sucede con las emociones, la
alegría, la ternura, la tristeza, se pueden simular y hay verdaderos
expertos en hacer estas copias. El efecto que provocan en los demás es el mismo que las verdaderas
emociones y realmente, esto es lo que importa.
Sin embargo, ¿Qué siente el pintor que copia una obra de
arte?... ¿Qué experimenta cuando materializa una idea ajena?... No puede ser
comparable al placer de ver realizados tus sueños, dar vida a tus propias fantasías,
o materializar tus ideas. La felicidad está en nuestro interior, aunque las falsificaciones
también quedan bien en nuestro salón.