Un nuevo concepto comienza a
abrirse paso en el mundo de la comunicación y por lo tanto en la vida social en
general. Se trata del término “rostro social”.
Aludiendo al significado podemos deducir que se refiere a la cara o faz
de la persona y teniendo en cuenta la acepción de “social”, se contextualizaría
en la interacción personal. De esta manera, el rostro social sería, según Teresa
Baró, la expresión facial que utilizamos
para adecuarnos a cada situación de comunicación, según las exigencias sociales o según
nuestros intereses, independientemente de los pensamientos o emociones que
tengamos en este momento. Sería el rostro que adoptamos en interacción con los
demás según nuestros objetivos, intereses, etc., en oposición al rostro natural
que sería la expresión real de nuestro estado emocional. El rostro social
es el resultado de la socialización y se perfila desde la infancia. Estaría
relacionado con la gestión de las emociones, con la
socialización y las normas de conducta grupales. De esta manera se contaxtualiza
en relación a la inteligencia emocional.
Han
transcurrido algunos años desde las primeras propuestas sobre inteligencia emocional
en los inicios de los años noventa. Meter Salovey y John Mayer, definieron la
inteligencia interpersonal e intrapersonal con el llamativo nombre de “Inteligencia Emocional”. El tema
despertó la atención a nivel mundial gracias al psicólogo de Harvard D.
Goleman, con su libro Inteligencia Emocional en el que defendía que las personas con
habilidades emocionales tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser
eficaces en su vida. Concretamente, centrándose en el contexto laboral, Goleman
ha considerado dentro de la teoría organizacional, el término “competencia
emocional” que se refiere al manejo adecuado de las emociones en el lugar de
trabajo, fomentando un “clima emocional” adecuado para un desempeño exitoso. Algunas
de las cualidades emocionales asociadas a estas competencias son: la empatía,
la expresión y comprensión de los sentimientos, el control de nuestro temperamento,
la independencia, y el respeto. Actualmente
en el mundo laboral se acepta que la productividad depende de una fuerza de
trabajo que sea emocionalmente competente.
En
este contexto el rostro social se referiría a una expresión de esta inteligencia
emocional que cumpliendo con su función adaptativa, se adecuaría a la situación
y demandas concretas de la persona. Así se explican comportamientos como dar buena
imagen y seguridad en una entrevista, a pesar de estar interiormente nervioso,
mostrarse simpático ante un niño o simplemente mostrar “cara de póker” cuando
vamos por la calle. Poner la cara adecuada en cada situación, según las pautas
sociales, es positivo para la convivencia, pero esta actitud socializada y
aprendida puede ocasionar sufrimiento emocional y al mismo tiempo puede
obstaculizar la manifestación de sentimientos y opiniones. El daño emocional existe
cuando hay disonancia emocional frecuente y de fuerte intensidad. La represión
de las emociones, la mentira e hipocresía para agradar a los demás, puede ser
negativa. La estrategia sería combinar la
expresión del rostro social al servicio de la convivencia y eficacia de las
interacciones, con la expresión sincera de emociones y con la práctica
de una comunicación asertiva que nos permita defender opiniones e intereses.
Utilizar el rostro social no implica sometimiento o represión de todas las
emociones.