jueves, 11 de abril de 2013

El Rostro Social





 
Un nuevo concepto comienza a abrirse paso en el mundo de la comunicación y por lo tanto en la vida social en general. Se trata del término “rostro social”.  Aludiendo al significado podemos deducir que se refiere a la cara o faz de la persona y teniendo en cuenta la acepción de “social”, se contextualizaría en la interacción personal. De esta manera, el rostro social sería, según Teresa Baró,  la expresión facial que utilizamos para adecuarnos a cada situación de comunicación, según las exigencias sociales o según nuestros intereses, independientemente de los pensamientos o emociones que tengamos en este momento. Sería el rostro que adoptamos en interacción con los demás según nuestros objetivos, intereses, etc., en oposición al rostro natural que sería la expresión real de nuestro estado emocional. El rostro social es el resultado de la socialización y se perfila desde la infancia. Estaría relacionado con la gestión de las emociones, con la socialización y las normas de conducta grupales. De esta manera se contaxtualiza en relación a la inteligencia emocional.
Han transcurrido algunos años desde las primeras propuestas sobre inteligencia emocional en los inicios de los años noventa. Meter Salovey y John Mayer, definieron la inteligencia interpersonal e intrapersonal con el llamativo nombre de “Inteligencia Emocional”. El tema despertó la atención a nivel mundial gracias al psicólogo de Harvard D. Goleman, con su libro Inteligencia Emocional en el que defendía que las personas con habilidades emocionales tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida. Concretamente, centrándose en el contexto laboral, Goleman ha considerado dentro de la teoría organizacional, el término “competencia emocional” que se refiere al manejo adecuado de las emociones en el lugar de trabajo, fomentando un “clima emocional” adecuado para un desempeño exitoso. Algunas de las cualidades emocionales asociadas a estas competencias son: la empatía, la expresión y comprensión de los sentimientos, el control de nuestro temperamento, la independencia, y el respeto.  Actualmente en el mundo laboral se acepta que la productividad depende de una fuerza de trabajo que sea emocionalmente competente.
En este contexto el rostro social se referiría a una expresión de esta inteligencia emocional que cumpliendo con su función adaptativa, se adecuaría a la situación y demandas concretas de la persona. Así se explican comportamientos como dar buena imagen y seguridad en una entrevista, a pesar de estar interiormente nervioso, mostrarse simpático ante un niño o simplemente mostrar “cara de póker” cuando vamos por la calle. Poner la cara adecuada en cada situación, según las pautas sociales, es positivo para la convivencia, pero esta actitud socializada y aprendida puede ocasionar sufrimiento emocional y al mismo tiempo puede obstaculizar la manifestación de sentimientos y opiniones. El daño emocional existe cuando hay disonancia emocional frecuente y de fuerte intensidad. La represión de las emociones, la mentira e hipocresía para agradar a los demás, puede ser negativa. La estrategia sería combinar la expresión del rostro social al servicio de la convivencia y eficacia de las interacciones, con la expresión sincera de emociones y con la práctica de una comunicación asertiva que nos permita defender opiniones e intereses. Utilizar el rostro social no implica sometimiento o represión de todas las emociones.